Cuando los pájaros disparan a las escopetas

Torero y exultante. Así se mostró Mourinho cuando soltó el chascarrillo de que su equipo pelearía por mantener la categoría. El Barça, acérrimo enemigo, apoyó tan disparatado objetivo, sin embargo, el equipo del portugués no cumplió y cayó derrotado ante uno de sus muchos rivales directos por evitar el descenso, el Levante.

A base del orgullo y el espíritu de un puñado de gladiadores uniformados como futbolistas, el equipo local pudo noquear a un Real Madrid agitado, confundido y sin puntería.

La receta local, tan vieja pero efectiva, consistió en asfixiar el centro del campo, clausurar las bandas y trabar el tempo del partido.

Al filo del descanso, con Mourinho desconcertado ante las posibles soluciones que “salvaran” el partido, y con un Levante achicando agua, se produjo una tángana tan absurda como perjudicial para los intereses blancos.

Di María pecó de torpe con una entrada infantil, los locales parodiaron a Calleja, Khedira se metió a ver qué pasaba, Di María se desplomó al suelo como si hubiera sido alcanzado por un francotirador, Ballesteros realizó una de las mejores interpretaciones jamás vistas sobre la antología de cuentos de los hermanos Grimm y Turienzo, resolvió la “movida” echando al alemán por doble amarilla.

Este episodio denunció las miserias de todos aquellos que alardean de profesionales y que, cuando llega el momento de demostrarlo, se dedican a echarse las manos a la cara y fingir todo tipo agresiones, y como desde que se inventaron las excusas, los futbolistas ya no tienen la culpa de las derrotas, el marrón le cayó a Turienzo, quien tuvo tanto incidencia como desacierto.

Este partido me hizo recordar un episodio pasado de nuestro fútbol, cuando hace ya varios años, con el Bernabéu como testigo de gala, Chendo cometió la “alevosía” de tirarle un caño a Maradona. Aquel suceso, por su naturaleza extraordinaria, arrancó de Valdano la siguiente reflexión: “Los pajaritos le dispararon a las escopetas”.

Y es que la instantánea final captada en el partido del Ciudad de Valencia, recuperó la esencia de Chendo y Maradona, ilustrando la dicotomía más irónica que sólo el fútbol puede ofrecer. Sergio Ballesteros, feo, fuerte y formal, pudo con Cristiano Ronaldo, guapo, rico y bueno. Fue la demostración de que, por lo menos en fútbol, algunos días los pájaros les disparan a las escopetas.