Cuando Messi se convirtió en el azote del madridismo

El Cid Campeador, según cuenta la leyenda, aterrorizaba al ejército musulmán aún después de haber muerto, cuando su cadáver era paseado en caballo por las ciudades, dicho efecto era producido simplemente por su recuerdo en el pensamiento colectivo.

Eran los primeros inicios de la guerra psicológica, un arma que no destruye los cuerpos pero que sí ejecuta las mentes.

Algo similar está ocurriendo con Leo Messi en sus vistas al Bernabéu, estadio fetiche, donde ya suma 11 goles en su haber.

El pequeño gran jugador argentino, tras su participación en la Copa América no había realizado ningún tipo de pretemporada, solamente entrenamientos físicos por su cuenta y un par de sesiones en la ciudad deportiva barcelonista.

Sin embargo y tras pasar totalmente inadvertido durante los primeros 45 minutos del partido de ayer, la sensación en la zona noble del Santiago Bernabéu y en gran parte de la grada, era de tensa calma, de expectación ante lo que podía ser un calco del enfrentamiento en Champions League de la temporada pasada, donde al jugador azulgrana le bastaron dos destellos de genialidad ante su rival preferido para lanzar a su equipo hacia lo que sería su cuarto título continental.

Los únicos balones que tocó el argentino durante esa primera parte se transformaron en una asistencia para el golazo de David Villa y en una acción afortunada que terminaría con el undécimo gol del delantero en el feudo blanco.

Para los jugadores madridistas, la única diferencia entre ellos y el ciclo ganador de este  Barça de Pep Guardiola, se llama Leo Messi, comentan en sus respectivos entornos, sobre todo los jugadores españoles, que se trata del Di Stefano que el madridismo disfrutó hace 60 años y que ahora juega de azulgrana, y que mientras no se canse de jugar y competir, derrotarles en su lucha por España y Europa será una tarea titánica.

Otra muestra de la leyenda que se está creando el argentino entre el madridismo es la propia actitud del público cuando el delantero barcelonista recibe un balón y es capaz de girarse para empezar a encarar.

No hay pitos ni gritos en su contra ni tampoco alusiones a otros jugadores como ocurrió con David Villa, sino que simplemente se impone el silencio, la incertidumbre y la expectación se adueña de la atmósfera, y al igual que el legendario guerrero, cuando el jugador se adentra en el área rival, todo el mundo sabe cuál será el final de la obra.